“Es que le tengo tal tirria cogida”

“Qué pasará cuando yo no esté”

“Yo, cuando no entiendo qué le pasa, me digo a mí misma: esto será la enfermedad, y me quedo tranquila”

“Él está bien, tranquilo, ha asumido que tiene que tomarse la medicación… y está en casa, no sale… pero bien”

“Mi hermano por fin está muy bien. Hemos pasado mucho, pero ahora lleva una vida normalizada y prácticamente autónomo en todas las áreas”

La Vida de mi Abuela
Estas son citas recogidas de testimonios reales en mi primera Escuela de Familiares de personas con enfermedad mental.

El desconcierto, la inseguridad, la ansiedad, no saber qué hacer, el miedo a qué pasará… te llevan a buscar apoyo y comprensión.

Cuando encuentras un grupo de personas que casi comparten las mismas experiencias que tú y que casi todos han sentido las mismas inquietudes que tú y las mismas emociones… entonces tu cuerpo se relaja, tu mente se relaja y se pone de manifiesto la necesidad de hablar, de desahogarse, de expresar la rabia contenida, de poner en tus labios tantos “por qués” que existen en tu mente y para los que, en muchas ocasiones, no has encontrado respuesta.

Y ves como el resto del grupo te mira, te asiente con la cabeza, te da una palmada en el hombro cuando te derrumbas, te escuchan y mejor aún, te sientes escuchado y por tanto comprendido… y el final de todo es que tú los comprendes y entiendes perfectamente a ellos.

Así, poco a poco en nuestros pueblos, es como un grupo de personas conocidas pero al mismo tiempo desconocidas, comienzan un camino con un mismo final: ayudarse unos a otros y ayudarse a ellos mismos.

Como dijo una señora de 80 años, viuda y madre de un hijo y una hija con esquizofrenia: «me gusta venir a estas cosas porque SIEMPRE ALGO SE APRENDE«.